El molinero
"Entre muchas historias hay algunas peores que otras, y entre muchas malas, a menudo, hay alguna buena.
Contábase que todas, y es así verdad, las semblanzas que el más sabio y discreto molinero conocía, eran, sin lugar a duda, extraordinarias.
Encerrado en su molino, levantábase cada día para moler otro más, distinto siempre al anterior, aunque dél todo fuera lo mismo. ¿Y quién le impedía salir sino nadie?, pues cada uno es artífice de su propia ventura. Mas su mundo era este: un gigante amurallado de bravo yeso de los Anchos y piedra firme, resistente al paso de los siglos y agresiones de toda índole.
Vivían el molinero y molino tan emparejados, que no se adivinaba dónde empezaba el uno y dónde acababa el otro: Acá un brazo unido al borriquillo, un pie asomado al canalón y la cabeza atascada por la tolva; acullá el gobierno, que de improvista se descubría atado a su larga barba, todo abrazado en una frenética armonía. Cuando el molinero tenía hambre, un estrepitoso crujir y chirriar de sus mecanismos interrumpían al ensordecedor y estremecedor viento. Pues paraba sólo a comer, porque tal era el denuedo con que trabajaba el molinero que la molienda era de hasta diez fanegas a la hora. ¿Y hay más que decir, después desto haber visto, que describa mejor la unión del gigante y su habitante?"



